El mineral de hierro en la Sierra de Cabarga se presentaba envuelto en arcillas adheridas firmemente a los nódulos de hierro. La primera operación que se realizaba con las tierras mineralizadas era eliminar la arcilla por medio de su lavado. También había que eliminar los restos de estériles como caliza y tierra vegetal.
En los inicios de la explotación minera sólo se aprovechaba el mineral más grueso. Posteriormente se impuso el método del cribado aunque tenía el inconvenientes de que había que esperar a que las arcillas perdieran su humedad lo cual, en una región húmeda como Cantabria, suponía la espera de varios días ralentizando la producción. Por otra parte, el cribado debía realizarse varias veces para conseguir la separación lo más perfecta posible, primero se hacía en zarandas y luego se recribaba con garbillas. Aún así no se conseguía separar perfectamente el mineral menudo de la arcilla.
Para mejorar la productividad de las explotaciones había que aprovechar todo el mineral disponible, no sólo el grueso, por lo que se buscó un método que permitiera extraer también los menudos que eran desechados y se arrojaban a las escombreras. La solución que se encontró fue el lavado de las tierras mineralizadas en trómeles deslodadores. La denominación “trómel” deriva de la palabra en alemán “trommel” (tambor) y así se denomina el tambor de una lavadora.
El funcionamiento de los lavaderos era bastante sencillo. Antes de pasar las tierras por las batideras o trómeles se llevaba a cabo una selección y clasificación previa. Las tierras mineralizadas llegaban por medio de vagonetas o baldes a las vertederas en donde, mediante una corriente de agua a presión, se clasificaban según dos tamaños en una plancha de arrabio con perforaciones rectangulares de 10-12 cm de largo por 6-7 cm de ancho. El superior, que no había atravesado la plancha, que podían ser calizas o mineral, se amontonaban para someterlo después al escogido; el de menor volumen, que había atravesado las perforaciones de las parrillas se repartía entre los trómeles o batideras. En éstos se introducían las tierras ferríferas de menor volumen con una gran cantidad de agua, que, gracias al movimiento rotatorio de los trómeles o batideras, separaba el mineral de la arcilla. El giro y la disposición de las paletas internas hacían que el mineral limpio saliera por un lugar y los lodos por otro.
El trómel se componía de un cilindro de unos 5 metros de longitud y de 2 a 2,50 metros de diámetro terminado en el extremo de salida por una sección cónica de 1,60 metros de eje y 0,50 de diámetro en la base menor. Su cuerpo era de chapas de acero unidas entre sí que dejaban completamente cerrado el artefacto. En su interior se disponía una pieza de acero en forma de hélice hecha de palastro, que contribuía al deslodamiento de las tierras y dirigía la materia a la abertura de salida.
En las paredes interiores se disponían unas barras de acero rectangulares que defendían la cubierta de los golpes de las piedras e igualmente contribuían a su deslodamiento. El movimiento circular del trómel lo proporcionaban unos rodillos sobre los que iba apoyado, generalmente tres rodillos a cada lado del artefacto. Las tierras y las aguas entraban por el cilindro y salían por la abertura cónica del otro extremo sin haber realizado una clasificación por tamaños.